NUEVA YORK.––Comparar a Richard Nixon con el Papa Benedicto XVI parecería una cierta devaluación Pontificia. El asunto es que nosotros, los humanos seculares, comunes y corrientes, vulgares y silvestres, tenemos un entendimiento limitado.
E interpretamos el mundo mundanamente. Entre nosotros, cuando los subalternos defienden al jefe, entendemos que si defendidos y defensores sienten necesidad de “defenderse”, comparten un profundo sentimiento de inseguridad.
Entre el Papa y Nixon, claramente, hay grandes diferencias. Nixon presidió un país joven, menos de 200 años, y pequeño, unos 200 millones de habitantes. Su Santidad encabeza la institución occidental más antigua, con 2.000 años, sobre cuyas sotanas colapsó el Imperio Romano, y hoy tiene más de mil millones de feligreses.
Los presidentes gobiernan durante períodos finitos, como sus mortales electores. El Papa es vitalicio, como el Dios eterno que él representa para sus feligreses.
En nuestro mundo secular, un adulto que aproveche su acceso e influencia para abusar sexualmente de un menor, merece cárcel. Tenemos profesores y otra gente que trabaja con niños presos por eso. Otros están presos por encubrir esos casos.
Trasladar a un pederasta de diócesis, poniendo a otros niños en peligro, es algo que nunca entenderemos. Para nosotros es un misterio insondable que un pedófilo condenado, necesite “cuidado paternal” porque excomulgarlo afectaría el “bien de la iglesia universal”.
Aceptémoslo, “hay de todo en la viña del señor”, incluyendo papas poco sacros y nada santos, mercuriales, pasionales e incestuosos. Benedicto IX (1032–1048) vendió el papado para fugarse con una mujer. Alejandro III (1492-1503) embarazó a una de sus cuatro hijas. Al menos dos papas renunciaron; Celestino V en 1294, y Gregorio XII en 1415.
Sería humanamente inexplicable que alguien renuncie a los poderes y privilegios terrenales vitalicios de representar a Dios. Nadie en su sano juicio abandonaría ese empleo voluntariamente.
JCMalone01@aol.com
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