J.C. Malone
NUEVA YORK.- Quizá la única persona convencida de que viviría para ver a un negro como presidente estadounidense era Barack Obama. Tras su elección lo mercadean como nuevo mesías. Durante su toma de posesión vendieron muchísimas camisetas con la conocida imagen de Cristo orando sobre unas rocas, pero con la cara de Obama; reproduciendo la cita: “Y ella envió a llamar a BarackÖ”. Ese nombre aparece seis veces en la Biblia. (Jueces 4:6, 4:9, 4:16; 5:1, 5:12 y Hebreos 11:32)
Los triunfos de Obama reafirman su aura mesiánica; siempre dependieron de una fuerza superior que causa implosión o descalificación de sus oponentes. En 1996, la Junta de Elecciones de Illinois descalificó la candidatura de la senadora estatal Alice Palmer por haberse registrado con firmas falsas. Obama, único aspirante demócrata, ganó fácilmente su primera nominación y elección.
En el 2004, postulado para senador de Estados Unidos, enfrentó al republicano Jack Ryan; un blanco grande, fuerte y aparente, como Supermán, riquísimo y popular, pero su candidatura implosionó. Su esposa Jeri lo acusó de obligarla a copular en público con desconocidos. Ryan renunció a la candidatura y Obama ganó el 72 por ciento de los votos.
Las aspiraciones de Hillary Clinton naufragaron entre triunfalismos, pugnas internas y desorganización. Obama ganó la nominación. Sin experiencia administrativa o militar y con la nación en dos guerras, enfrentó a John McCain, un veterano. El colapso financiero opacó las guerras.
Firmas falsas, moral falsa, falso triunfalismo y falsos estados financieros envidencian “falsedad imperial”. En 1989 cayó el Muro de Berlín, siguió la Unión Soviética, Estados Unidos recién implosionó. Murieron los radicalismos, fundamentalismos y polarizaciones.
Obama, la respuesta histórica de EEUU, encarna las esperanzas mundiales para renovar el sistema socio-politico-económico, avanzar hacia la reconciliación humana y a la paz. Sólo un mesías puede hacer todo eso.
