viernes, 30 de octubre de 2009

Del golpe al autogolpe

Nueva York.- El tableteo de metralletas desflorando el denso y oscuro silencio nocturno significaba cambio de gobierno. Al amanecer unos celebrarían con los ganadores, otros enterrarían a los perdedores, ese era el protocolo ritual. Los golpes de Estado eran “métodos normales” de “alternabilidad en el poder” latinoamericano durante el siglo pasado, como son las elecciones hoy. Entre 1902 y el 2002 sufrimos unos 320 cuartelazos; tres anuales, uno cuatrimestralmente.

Tan comunes y corrientes, vulgares y silvestres eran que Curzio Malaparte, inmortalizado con sus novelas “Kaput” y “La Piel”, escribió su “Manual para el Golpe de Estado” (1931) definiéndolo como un “recurso de poder cuando se corre el peligro de perder el poder”.

Si cada 120 días las élites latinoamericanas sentían “peligro de perder el poder”, esta pobre gente sufrió un siglo de intranquilidad y nerviosismo, pero las farmacéuticas le ofrecieron calma química. “Tómese ésta pastillita, le quitará la preocupación y se sentirá mucho mejor”.

Apoyadas en los cuarteles, sosegadas con la benzodiacepina y sus bromuros, impusieron un sistema de distribución de riquezas que está entre los más injustos, obstusos y brutales del planeta. Mucha desigualdad produce mucho nerviosismo y muchísimos cuartelezos.

El siglo XX latinoamericano discurrió golpe a golpe, algunos países parieron uno cada nueve meses, durante un tiempo. Entre 1934 y 1985, Bolivia sufrió 56; Guatemala 36 entre 1954 y 1983, y Ecuador tuvo 23. Ahora Hugo Chávez habla de “planes golpistas” en esos países. Los tranquilizantes sosegaron a los ricos, no a las masas irredentas.

Retornó el nerviosismo, el golpe de Estado sigue disponible, pero ya no funciona para la vieja élite nerviosa. Ese grupo fue desplazado por la nueva clase gobernante, unos políticos fríos, vacíos, voraces, acaudalados y todopoderosos. Ellos transformaron el Golpe en Autogolpe y usan ese “recurso de poder” para perpetuarse en el poder.

martes, 20 de octubre de 2009

Premio Nobel devaluado

Premio Nobel devaluado

NUEVA YORK.- Los mejores chistes son jocosas envolturas para serias verdades. El presidente Barack Obama, representado por un comediante, recién manifestó su satisfacción porque alcanzó su principal objetivo politico; demostrar que no conduciría al país hacia el comunismo. ¿Cómo lo hizo?: “durante nueve meses en la Casa Blanca no he hecho absolutamente nada, ni dentro ni fuera del país”.

Obama recién alcanzó la irrelevancia total acudiendo a varios programas de TV y pidiéndole al Comité Olímpico Internacional que Chicago sea sede de las próximas olimpíadas; nadie le hizo caso.

Ahora Obama ganó el Premio Nobel de la Paz.

El galardón, como todo en este mundo binario, tiene dos caras. Una reitera el rechazo a George W. Bush. La otra recompensa los hermosos discursos de Obama, pidiendo abolir las armas nucleares, promoviendo un acercamiento al mundo islámico, reenfocando la paz del Medio Oriente y enfrentando el cambio climático. Pero con palabras, no hechos. La Academia del Nobel dice que él le devolvió al mundo “la esperanza” de un “futuro mejor”. Y explica que lo premian “por lo que él ha hecho en el último año” pero Obama tiene sólo nueve meses gobernando, “hablando bonito” y nada más.

El Nóbel se devaluó hace tiempo.

Después de Vietnam y el napalm, Henry Kissinger ganó el Premio Nobel de la Paz, pero Mahatma Gandhi nunca lo consiguió. Y Obama lo ganó comandando guerras en Irak y Afganistán. Mikhail Gorbachov y Nelson Mandela lo ganaron: uno transformó el mundo terminando la Guerra Fría; el otro acabó el racismo institucionalizado en Sudáfrica. “No siento que merezca estar en compañía de tantas figuras transformativas que han sido honradas con este premio”, dijo Obama.

La desesperanza mundial es tal, que incluyendo las palabras “esperanza y cambio” en todos sus discursos, mientras guerrea en dos frentes, Obama ganó el Premio Nobel de la Esperanza.

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